Llevo ya bastantes días apesadumbrado, mucho más que indignado. Pese a que esto último, en mi es crónico. Y sino que se lo pregunten a Marisa, que es quien fundamentalmente lo soporta. Se rompe mi alma en mil pedazos, cuando veo como las casas se rellenan, de gentes venidas de todas partes. Las mismas casas que permanecen vacías, que sufren la ausencia de sus moradores durante once meses, de pronto, en uno o dos días se rellenan. Se rellenan hasta las trancas de sobrinos, nietos, ahijados… y ,abuelos. Se rellenan de toda la familia que cabe en ella y algunas incluso de más. Es contradictorio que me entristezca, pues llevo denunciando la despoblacion y la demotanasia desde que llegue ,pero así es. Ayer en mitad de la nada, al borde de la carretera, sobrepasé a un octogenario que apoyado en su andador observaba con la mirada perdida la que debió ser la tierra que tan duramente cultivó. Muy probablemente la imposibilidad de atender su madurez, en la casa o el entorno que le vio