VERANO, en la aldea



Llevo ya bastantes días apesadumbrado, mucho más que indignado. Pese a que esto último, en mi es crónico. Y sino que se lo pregunten a Marisa, que es quien fundamentalmente lo soporta.
Se rompe mi alma en mil pedazos, cuando veo como las casas se rellenan, de gentes venidas de todas partes. Las mismas casas que permanecen vacías, que sufren la ausencia de sus moradores durante once meses, de pronto, en uno o dos días se rellenan. Se rellenan hasta las trancas de sobrinos, nietos, ahijados… y ,abuelos. Se rellenan de toda la familia que cabe en ella y algunas incluso de más. Es contradictorio que me entristezca, pues llevo denunciando la despoblacion y la demotanasia  desde que llegue ,pero así es.
Ayer en mitad de la nada, al borde de la carretera, sobrepasé a un octogenario que apoyado en su andador observaba con la mirada perdida la que debió ser la tierra que tan duramente cultivó. Muy probablemente la imposibilidad de atender su madurez, en la casa o el entorno que le vio nacer, obligó a sus familiares a trasladarlo a la ciudad. Ahora, recién llegado otra vez, ha pedido que le acompañen a las afueras de la aldea, a buscar esa imagen que todavía perdura en su cabeza, pero que ya poco se corresponde con su recuerdo
Llevo años, desde mi particular perspectiva, intentando asimilar esa realidad tan dura de aceptar para ese vecino octogenario, que regresó ayer desde el hormigón y el olvido, a su casa natal. Intentando asimilar la modernidad que invitó a tantos a migrar a la ciudad, a convertirse en esclavos del progreso. Intentando asimilar el desarraigo producido ya en las siguientes generaciones. Intentando asimilar porque es imposible  revertir la situación. Es una dura digestión, pero mucho más liviana que la de mi vecino arrancado un día de sus raíces. Digestión que evidentemente me produce un alto grado de frustración,  pero nada comparable a la rabia que siento cuando comprendo que ninguno de los “nuevos habitantes”, ocasionales de la aldea, ha venido a preocuparse por cómo van las cosas. Llevan años repitiendo los mismos gestos, saliendo a pasear por los mismos caminos sin “mirar” más allá de la punta de sus pies, contribuyendo con su pasividad, con su falta de compromiso, cuando no con sus actitudes, al deterioro de todo cuanto les rodea. No les pido que comulguen con mi ecologismo radical (exacerbado ante la impotencia de actitudes como esas), algo imposible dado el déficit de naturaleza que padecen y revelan, pero sí; que se impliquen en la custodia y conservación del territorio que ocupan, aunque sea tan solo un mes al año. Y no se trata de que no “vean”, se trata de que no sienten. Porque todos reconocen un pasado mejor,  una pérdida de biodiversidad manifiesta; en la calidad del agua del arroyo que ahora baja pútrea, en el paisaje remodelado por canteras y pistas forestales, en la desaparición de fuentes y huertas; un deterioro constante del patrimonio arquitectónico; pajares que se hunden  y eras que desaparecen enterradas por nuevas construcciones… (mientras se destinan fondos y esfuerzos a la búsqueda de fósiles de dinosaurios, para intentar ,sin conseguirlo, atraer ese tipo de turismo ocasional, también consumidor de naturaleza).

coloque este cartel advirtiendo del vertido continuado
 de la fosa séptica sobre el arroyo  El Reguero.
 Duro muy pocos días. A algún vecino le debió de molestar mas
 que el propio vertido de aguas fecales 
La Naturaleza nos acoge y nos da la posibilidad de desarrollar nuestras vidas. La responsabilidad de su cuidado, y la denuncia de su deterioro es obligación de todas las personas. No siempre de las mismas. No se puede permanecer impertérrito, como si nada pasara, mientras todo se deteriora. Se debe de tomar partido en la defensa de lo común, de lo que es de todas porque no es de nadie. Sobre todo, cuando se trata del territorio que cada uno habita, aunque sea ocasionalmente.
En general todas abusamos de lo mismo; todas consumimos naturaleza, pero algunas a raudales.

Cesar, 

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