gracias a la vida.


Solo llevamos  9 meses en la aldea (Las Eras, 20 hab.) Cuando tomamos la decisión cerramos también (con lágrimas) nuestra huerta en Alboria, con el firme propósito de conseguir un trocito aquí.  Mientras, hemos utilizado la calle como aliviadero de nuestra conexión con la Madre Tierra, y en ella sembramos enredaderas de calabazas en verano, lechugas, cogollos, rúcala, espinacas, tirabeques, borraja y aromáticas en maceto-huertos protegidos del frio en invierno, y todo siempre acompañado de muchas flores que atrajeran  insectos y pájaros. Toda esta alegría, en un trocito de calle, ha tenido un doble efecto; 
para las pocas personas que habitan en la aldea a diario, el recibir a dos nuevos vecinos es una alegría, y al observar como hemos mimado y transformado nuestro pequeño entorno más; pero a la vez nos ha servido para poder comenzar a establecer ese vínculo necesario con nuestros vecin@s, y este vínculo es el que nos a traído este trocito tan deseado.
 El viernes anterior, y antes de que llegáramos, Mariano le había pasado el tractor a una parcela que tiene junto al arroyo del Regero. Cuando el sábado en la mañana me asome desde casa, vi junto a la balsa de riego y entorno a las huertas más actividad que nunca. Como me había comentado Juan, en alguna otra ocasión, al principio de la temporada se reúnen los pocos vecinos que quedan interesados en mantener las huertas, para arreglar la acequia, la balsa y el azud. Así es que no se podía tratar de otra cosa, y rápidamente me acerque a casa de Mariano para advertirle de que acudiría yo en su lugar y representación, cosa que a él le pareció bien. Cogí mi vieja azada, el capazo y la hoz y acudí a la balsa, y  allí me recibieron con los brazos abiertos. Una vez limpia la balsa y la acequia quedamos para el lunes siguiente para levantar las losas del camino que cubren la acequia y recomponer el azud. Cuando esa misma mañana contento y agotado volví a casa, me emocione pensando lo que suponía haber participado de este trabajo  en pos del bien común, por lo que suponía de ayudar a recuperar  la tradición,  por otro lado casi perdida, de cultivar la huerta para casa, y por hacerlo en ese entorno tan maravilloso y con compañeros  tan valiosos y llenos de sabiduría. Esta quizás haya sido la última acción necesaria para nuestra concesión, y otro paso más a nuestra integración en la aldea.
Del trozo que nos ha ofrecido Mariano a cambio de nada, no ha querido ni que le pagáramos el gasoil del tractor, nos hemos quedado solo una tercera parte, para nosotros nos basta.  Bajo la sombra de un hermoso membrillero en flor hemos comenzado por intentar (que no lo hemos conseguido del todo), nivelar nuestra parcela. Compartiendo azada, ganas e ilusión, en dos fines de semana hemos logrado labrarla toda, y ya hemos sembrado;patatas, cebollas, maíz, guisantes del Rincón de Ademuz, tirabeques, habas reina mora y girasol para pipas. En la calle, junto a la casa hemos preparado los planteles; tomates, lechugas, pimientos, berenjena, todo de semillas ecológicas, unas obtenidas en las ferias e intercambios a los que hemos acudido, y otras compradas pero todas ecológicas y de variedades tradicionales, que se hubieran perdido ya  de no ser por el interés de quienes las miman como herencia genética ancestral. Quizás nos haya pillado un poco desprevenidos y esta parte la deberíamos de haber preparado ya, pero también empezamos a comprender que aquí, a casi 900mts de altura, los ciclos son diferentes y por tanto las formas también. Ya nos lo dijeron el otro día “cuando quieras me sembraras pero hasta mayo no me veras” refiriéndose a las patatas. Ahora toca mirar al cielo, y aceptar que estaríamos solo a merced del clima si nuestras actitudes diarias no interfirieran con él, y desear que llueva para que el arroyo, que en algunas ocasiones origino riadas, no se seque y con él todas nuestra ilusiones como las de tantas otras gentes que viven al lado de la Madre Tierra y sufren, de otra forma, el daño que le estamos haciendo.





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